Desde niño, siempre tuve la tendencia a compararme con los demás. Observaba a ciertas personas que irradiaban una seguridad inquebrantable, que vivían con autenticidad y energía, sin preocuparse por las opiniones ajenas. A menudo, eso me generaba una mezcla de admiración y envidia. No entendía cómo podían ser tan libres mientras yo, por dentro, dudaba constantemente de mí mismo.

Un día, decidí preguntarle a uno de mis compañeros de clase, alguien que siempre parecía seguro de sí mismo: "¿Cómo haces para que no te importe lo que digan los demás? ¿De dónde sacas tanta confianza?" Su respuesta fue breve pero poderosa: "Me amo tanto que la opinión de los demás no me afecta."

Esas palabras resonaron en mí durante días, semanas. Al principio, no las entendía del todo. ¿Cómo era posible amarse tanto? Yo no me sentía así. De hecho, me daba cuenta de que, en el fondo, no me valoraba lo suficiente. Pasé mucho tiempo reflexionando sobre eso, hasta que un día algo hizo clic en mi mente.

Empecé a practicar el amor propio de manera consciente. No fue fácil al principio, porque estaba acostumbrado a buscar validación externa. Pero poco a poco, comencé a tratarme con más compasión, a celebrar mis logros (por pequeños que fueran) y a perdonarme por mis errores. Y entonces, algo increíble sucedió: mi mundo cambió por completo.

Cuando dejé de depender de la aprobación de los demás, mi creatividad despegó. Ya no me limitaba por el miedo al qué dirán, así que empecé a hacer lo que realmente me gustaba: inventar historias, crear juegos, poner apodos divertidos a mis amigos. La gente comenzó a recordarme por mi autenticidad, por esos pequeños detalles únicos que surgían cuando simplemente era yo mismo.

Sin embargo, también noté un efecto secundario: a veces, ese amor propio tan intenso se convertía en un ego un poco inflado. Había momentos en los que me sentía demasiado seguro, incluso un poco egocéntrico. Pero eso no era amor propio verdadero; era solo otro tipo de máscara. Así que aprendí que el equilibrio es clave: quererse no significa creerse superior, sino reconocer el propio valor sin menospreciar a los demás.

Con el tiempo, entendí algo aún más profundo: solo podemos amar verdaderamente a los demás cuando nos amamos primero a nosotros mismos*. Si no nos valoramos, nuestro "amor" hacia otros puede volverse dependiente, inseguro o incluso tóxico. Pero cuando te amas de manera sana, ese amor se expande de forma natural hacia tu entorno.

Esto no solo afecta las relaciones, sino también la salud. Cuando te amas, empiezas a cuidar tu cuerpo, tu mente, tu paz interior. Dejas de sabotear tu bienestar con malos hábitos porque, en el fondo, sabes que te lo debes.

Hace poco, leí un libro sobre un niño con una condición neurológica que le impedía sentir emociones. No experimentaba amor, ni por los demás ni por sí mismo. Al principio, su vida carecía de sentido; no le importaba nada. Pero a lo largo de la historia, pequeños eventos lo llevaron a descubrir su valor. Aprendió que, incluso con sus limitaciones, podía sentir algo. Y cuando finalmente se aceptó y se amó, su vida dio un giro radical. Esa historia me recordó que el amor propio no es un lujo, sino una necesidad. Incluso en las circunstancias más difíciles, es posible encontrarlo.

Mucha gente cree que el éxito viene del esfuerzo, la suerte o el talento. Pero en realidad, todo comienza con la convicción de que mereces algo mejor. Si no te amas, ¿para qué lucharías por tus sueños? ¿Por qué te esforzarías si, en el fondo, crees que no lo vales?

El amor propio no es egoísmo; es el cimiento de una vida plena. Te da la fuerza para levantarte después de un fracaso, la claridad para elegir lo que realmente quieres y el coraje para ser fiel a ti mismo.

Quiero agradecer a @maylink por inspirar esta reflexión. A veces, en la rutina diaria, olvidamos revisar cómo estamos con nosotros mismos. Pero hoy, al escribir esto, confirmo algo que ya sabía pero que nunca está de más recordar: Amarte a ti mismo no es un acto de vanidad, sino de supervivencia emocional. Es la llave que abre las puertas a la autenticidad, la creatividad y, en última instancia, a la felicidad.

Así que, si hay un mensaje que quiero dejar, es este: No esperes a que el mundo te diga que vales. Empieza a creértelo tú mismo. Porque cuando lo hagas, todo lo demás empezará a encajar.

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Eng

Since childhood, I always had a tendency to compare myself to others. I would observe certain people who radiated unshakable confidence, who lived with authenticity and energy, without worrying about others' opinions. Often, this stirred a mix of admiration and envy in me. I didn’t understand how they could be so free while I, deep inside, constantly doubted myself.

One day, I decided to ask one of my classmates, someone who always seemed self-assured: "How do you manage not to care what others say? Where do you get so much confidence?" His response was brief but powerful: "I love myself so much that others' opinions don’t affect me."

Those words echoed in my mind for days, weeks. At first, I didn’t fully understand them. How was it possible to love oneself so much? I didn’t feel that way. In fact, I realized that, deep down, I didn’t value myself enough. I spent a long time reflecting on this until one day, something clicked in my mind.

I began practicing self-love consciously. It wasn’t easy at first because I was used to seeking external validation. But little by little, I started treating myself with more compassion, celebrating my achievements (no matter how small), and forgiving myself for my mistakes. And then, something incredible happened: my world completely changed.

When I stopped depending on others' approval, my creativity soared. I no longer limited myself out of fear of what people might say, so I started doing what I truly enjoyed: inventing stories, creating games, giving my friends funny nicknames. People began remembering me for my authenticity, for those unique little details that emerged when I was simply myself.

However, I also noticed a side effect: sometimes, that intense self-love turned into a slightly inflated ego. There were moments when I felt overly confident, even a bit self-centered. But that wasn’t true self-love; it was just another kind of mask. So I learned that balance is key: loving yourself doesn’t mean believing you’re superior, but recognizing your own worth without belittling others.

Over time, I understood something even deeper: we can only truly love others when we first love ourselves. If we don’t value ourselves, our "love" for others can become dependent, insecure, or even toxic. But when you love yourself in a healthy way, that love naturally expands to those around you.

This doesn’t just affect relationships, but also health. When you love yourself, you start taking care of your body, your mind, your inner peace. You stop sabotaging your well-being with bad habits because, deep down, you know you owe it to yourself.

Recently, I read a book about a child with a neurological condition that prevented him from feeling emotions. He didn’t experience love, neither for others nor for himself. At first, his life lacked meaning; nothing mattered to him. But throughout the story, small events led him to discover his worth. He learned that, even with his limitations, he could feel something. And when he finally accepted and loved himself, his life took a radical turn. That story reminded me that self-love isn’t a luxury, but a necessity. Even in the most difficult circumstances, it’s possible to find it.

Many people believe success comes from effort, luck, or talent. But in reality, it all starts with the conviction that you deserve something better. If you don’t love yourself, why would you fight for your dreams? Why would you strive if, deep down, you believe you’re not worth it?

Self-love isn’t selfishness; it’s the foundation of a fulfilling life. It gives you the strength to get back up after failure, the clarity to choose what you truly want, and the courage to stay true to yourself.

I want to thank @maylink for inspiring this reflection. Sometimes, in the daily routine, we forget to check in with ourselves. But today, as I write this, I’m reminded of something I already knew but can never hear enough: Loving yourself isn’t an act of vanity, but of emotional survival. It’s the key that unlocks authenticity, creativity, and ultimately, happiness.

So, if there’s one message I want to leave, it’s this: Don’t wait for the world to tell you you’re worthy. Start believing it yourself. Because when you do, everything else will start falling into place.

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Este texto fue traducido con copilot
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