El loco Pedro (SPA-ENG)

Lucas, el hijo adicional que gané al formar pareja con mi hija, es un simpatizante muy entusiasta del Club Atlético Boca Juniors, hace un par de años se hizo socio “adherente” del club de la ribera, una categoría bastante rebuscada creada con fines recaudatorios; no nos vamos a rasgar las vestiduras por ello, no lo inventó Boca, lo hacen los principales clubes de fútbol del mundo para aprovechar la enorme cantidad de simpatizantes que poseen otorgándoles algún beneficio, bastante dudoso por cierto, a cambio de una cuota social menor a la de un socio activo. Como mencioné antes, es una categoría donde se paga una cuota menor y se puede utilizar las instalaciones del club, pero ver los partidos ya es otra cosa, hay cupos muy reducidos y la realidad es que les puede tocar en suerte presenciar un partido solo en cada muerte de obispo, como decía mi abuela.

Finalmente le tocó, en el día de ayer Boca Juniors debía jugar un encuentro por la copa Sudamericana ante un desconocido, aunque entusiasta equipo paraguayo llamado Sportivo Trinidense, sinceramente jamás había escuchado hablar de este club. Lo concreto es que Lucas pudo conseguir entrada (creo que a mitad de precio por ser socio adherente) y allá fue. Me sorprendió al enterarme que era la primera vez que concurría a la cancha de Boca, muy entusiasmado, por cierto, me envió algunas fotografías y videos.

Observé que estaba ubicado en la bandeja más alta a la que antiguamente llamábamos tribuna Aristóbulo del Valle, como la calle lindera. Y recordé mi juventud, cuando concurría cada 15 días junto a mis amigos y compañeros de colegio, todos o al menos la enorme mayoría fanáticos de Boca, por supuesto, vivíamos, estudiábamos y crecíamos en La Boca y allí se respira fútbol teñido de azul y oro. Uno de los pocos no simpatizantes del club era yo, que siendo oriundo de La Plata por historia familiar era hincha del Lobo, Gimnasia y Esgrima, eso ya lo saben. Teníamos un caso peor, un hincha de River Plate, que también ingresaba a ver los partidos de Boca con todos nosotros. Pobre, justo le tocó convivir en una época oscura de River, cuando estuvo 15 años sin salir campeón, hasta la fiesta de los 15 le organizaron los amigos, con torta y velitas, no pudo evitar llorar de bronca.

En esa época no pasaba nada, no es como ahora que solo si se posee una tendencia suicida un fanático del club de la banda roja puede concurrir a la cancha de Boca y sentarse cómodamente en la tribuna de socios.

Fueron buenos tiempos que no volverán, todos éramos chiquilines, un grupo de 12 a 15 muchachones que ingresábamos con 3 carnets de socios gracias a los “contactos”, léase por contacto el vecino de uno de los integrantes de la barra que a la sazón era control de ingreso a esa tribuna de socios.

La de socios era la tribuna ubicada en la bandeja inferior que daba a la calle Aristóbulo del Valle, en la bandeja central se ubicaba el grupo más ruidoso y alentador liderado en aquel entonces por el carnicero del barrio, Quique, precursor de los barras bravas. En la bandeja más alta otros simpatizantes del club que no eran socios y en las tribunas que estaban enfrentadas, cuya espalda da a la calle Brandsen, la inferior también era para socios y la segunda y tercera estaban reservadas a las hinchadas rivales. Hoy en día todo el estadio es para los socios activos, cadetes y menores, algunos pocos adherentes y muchos turistas extranjeros que pagan la entrada a un valor astronómico para “sentir” la emoción y el espectáculo de los fanáticos de Boca. Del lado donde no hay tribunas, solo hay palcos que se construyeron hace unos 30 años, se inauguraron el 5 de mayo de 1996 y lo recuerdo muy bien porque ese día Boca jugó contra Gimnasia y el Lobo ganó ese encuentro 6 a 0, la mayor goleada propinada por mi equipo favorito al poderoso club de la ribera.

Pero el motivo principal de este recuerdo es el loco Pedro.

Nunca supe su nombre, había varias especulaciones sobre el simpático, pero evidentemente alienado pordiosero que ingresaba a presenciar los partidos de Boca en la tribuna de socios de la calle Aristóbulo del Valle. Algunos decían que había sido médico, que por una desgracia familiar se había quedado solo y la locura se apoderó de su persona y espíritu. No lo sé realmente.

Pero el loco Pedro no faltaba a ningún partido y siempre se colocaba en la parte más baja de la escalinata y comenzaba su show, realizaba todos los movimientos de precalentamiento de un boxeador, ingresaba al cuadrilátero entre las sogas, se quitaba la bata imaginaria, hacía movimientos de simulación de golpes, todo. Tenía estudiados hasta los menores detalles. Luego comenzaba el combate y la lucha era feroz, golpe por golpe, en algunos momentos temíamos que cayera noqueado por el hipotético rival, pero no, siempre terminaba tirando a su oponente con certeros golpes combinados, al cuerpo y a la cabeza; y levantaba los brazos. Era la señal que esperábamos, toda la tribuna, al unísono, comenzaba la cuenta de protección 1…2….3….4, irremediablemente se llegaba a 10 y Pedro levantaba los brazos y saltaba exultante, pavoneándose de su triunfo. Seguramente en su imaginación acababa de ganar el título mundial.

En ocasiones la tribuna lo aguijoneaba para que repitiera el show, al grito de “y pegue, y pegue, pegue Pedro pegue”, el loco Pedro, siguiendo los designios de la obediencia al soberano, comenzaba de nuevo.

Todo un espectáculo en la previa del encuentro, una vez que se iniciaba el partido Pedro volvía a la rutina del anonimato, a su cotidiano transitar por las calles en busca del sustento. Seguramente también volvía a su rutina de entrenamiento, en 15 días debía pelear nuevamente y los espectadores eran muy exigentes.